La posición de España ante la Primera Guerra Mundial fue, de cara al ámbito internacional, de neutralidad; sin embargo, la situación en el interior del país era muy distinta. A pesar de que nadie parecía defender una entrada directa en el conflicto, la polarización del apoyo a uno u otro bando era bien palpable. Los medios de comunicación presentes en la época -periódicos, revistas y, también, el cine- se hacían eco de esa división en dos bloques diferentes en los que se situaban las principales personalidades del momento, y también recogían los esfuerzos de los dos bandos por ganarse el favor de la opinión pública.
Si presentáramos una panorámica
de los apoyos prestados entonces por los intelectuales, podríamos situar en el
bando de los aliadófilos a los
escritores Pérez Galdós, Antonio y Manuel Machado, Unamuno, Blasco Ibáñez o
Azorín, junto con pensadores como Azaña,
Ortega y Gasset o Menéndez Pidal. Resulta interesante cómo estos autores
pasaron a oponerse a la política alemana a pesar de la grandísima influencia
que este país había ejercido durante su formación intelectual. Por ejemplo, desde
la segunda mitad del siglo XIX, pero, sobre todo, a partir de principios del
XX, la filosofía idealista de Krause inundó gran parte de la vida pública, con
especial atención a la educación. Será en el seno de esas ideas de donde nazca,
en 1876 en Madrid, la Institución Libre de Enseñanza. El krausismo, el
institucionalismo y el regeneracionismo tanto en el terreno cultural como en el
científico fueron las sendas principales de este grupo de intelectuales que,
sin embargo, se posicionaron enérgicamente a favor de los aliados. Para ellos,
Francia se erigía entonces como el modelo de progresismo y democracia, además
de ser visto como un estado con una cultura en pleno desarrollo.
En el extremo opuesto, firmemente
volcados con Alemania, encontramos a Pío Baroja, Arniches, Dámaso Alonso, Edgar
Neville o Leopoldo Calvo Sotelo, además de gran parte del clero, la
aristocracia o los militares. El propio Jacinto Benavente publicará en La tribuna, en 1915, el "Manifiesto germanófilo", en el que
alababa las virtudes de la gran potencia espiritual y económica que entendían
que eran Alemania y el Imperio austrohúngaro.
Las opiniones de unos y otros se
reflejaron en diversas publicaciones, algunas de ellas específicamente
dedicadas al asunto, como la titulada, de manera elocuente, Los aliados. Pero no solo se escucharían
las voces de nuestros intelectuales; también los dos bloques enfrentados
quisieron aprovechar de primera mano la intensa polarización que vivía nuestro
país para divulgar sus méritos e intentar así que la monarquía de Alfonso XIII
abandonase su posición neutral. En este sentido, el cine se configuró como un
interesante mecanismo de propaganda. Aunque el 80% de la producción
cinematográfica de la contienda –lo que incluye películas, documentales o noticiarios—
no se ha conservado hasta nuestros días, sabemos que tanto Francia como Alemania
se preocuparon de que sus filmes especialmente preparados para divulgar sus
bondades y los defectos del contrario encontrasen hueco en las salas españolas.
Apuntes breves como estos dan
cuenta de hasta qué punto “La más estricta neutralidad a los súbditos
españoles” que pedía el gobierno en el real decreto publicado el 17 de agosto
de 1914 en la Gaceta de Madrid fue algo referido solo a las acciones militares.
Aunque no hubiese españoles combatiendo en las trincheras, dentro de nuestras
fronteras el debate y la propaganda fueron intensos desde los dos bandos.
También os facilitamos la recopilación de una bibliografía de artículos y libros sobre la neutralidad española, que podreis encontrar en nuestras Bibliotecas.
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