25 de junio de 2014

Primera Guerra Mundial y Literatura (I): las secuelas en la literatura occidental



La irrupción de la Gran Guerra en el mundo del casi recién estrenado siglo XX supuso una convulsión a todos los niveles, también en literatura. En los años diez nos encontramos diseminados por Europa y Estados Unidos a personajes y grupos literarios que habían abierto la puerta a cambios profundos en el modo de entender el arte y que, de pronto, se verían vinculados por un acontecimiento que les afectaría a todos: el estallido de la Primera Guerra Mundial. Desde quienes decidieron alistarse en uno u otro bando y participar directamente en el campo de batalla hasta quienes optaron por clamar por la fraternidad humana y el pacifismo, nadie pudo quedar al margen de un conflicto de magnitud nunca vista. Incluso en un país como España, aparentemente no involucrado, Blasco Ibáñez siente la necesidad de escribir Los cuatro jinetes del Apocalipsis mostrando su claro apoyo a Francia y los Aliados.

Desde la trinchera escribieron, por ejemplo, los principales autores de la Generación Perdida en Estados Unidos. La experiencia de Hemingway como conductor de ambulancia de la Cruz Roja –no pudo participar en la batalla por un defecto en un ojo- fue clave para la composición de dos de sus novelas más importantes: Fiesta y Adiós a las armas, ambas ambientadas en esta Guerra. Como ambulanciero serviría también John Dos Passos, cuyas vivencias serían la materia de la que nacería Iniciación de un hombre: 1917. Por su parte, Faulkner participó en la Real Fuerza Aérea Canadiense y Fitzgerald tuvo una relación fugaz con la contienda: se alistó dos días antes de su fin en el Ejército Estadounidense, y de esta breve experiencia nacería Hermosos y malditos.

Aunque sin el conocimiento tan directo de la devastación que se producía en el campo de batalla, otros muchos escritores contemporáneos no pudieron escapar a lo que estaba sucediendo a la vuelta de la esquina. Es el caso de algunos miembros del modernismo inglés, como Virginia Woolf, cuya fuerte ideología pacifista es el más claro fruto de vivir el periodo de entreguerras, o T.S. Elliot, que plasmó gran parte del sinsentido de la Gran Guerra en The Waste Land. También en el Imperio Austrohúngaro la Guerra estuvo presente: Kafka o Rilke vivieron su desarrollo y en ambos causó estragos. Especialmente, Kafka pareció haber quedado impactado por las atrocidades que se desarrollaron en esos años y, seguramente, no escape a ello la encumbrada La metamorfosis. Entre los Aliados, Céline recoge en Francia sus experiencias con el conflicto en su obra más famosa, Viaje al fin de la noche; Robert Graves hace lo propio en Adiós a todo esto… la lista puede ser eterna.

Este 28 de julio se cumplirán cien años del inicio de la Gran Guerra, un acontecimiento que ha dejado sus más profundas huellas en el devenir de la humanidad a todos los niveles; también –y especialmente- en el cultural, donde sus heridas son rastreables en un sinfín de autores. Independientemente de la expresión, el fondo siempre es el mismo: el asombro dolorido ante la capacidad destructiva del hombre, el darse de bruces con los infames efectos de esa razón que había fundamentado el progreso y que, ahora y aún más con Auschwitz, se revelará como traicionera. Entender las consecuencias de todo ello en los escritores de ese tiempo quizás sea más fácil con la definición que ofrece Remarque de sus contemporáneos en el prólogo a Sin novedad en el frente: «una generación que fue destruida por la guerra, aunque escapara a las granadas».

También os queremos facilitar más su estudio con la recopilación de una bibliografía obtenida en la base de datos MLA International Bibliografy.

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